Narrador, periodista, maestro y editor costarricense, nacido en Desamparados en 1881 y fallecido en San José en 1958. Humanista fecundo y polifacético, preocupado por todas las parcelas de la vida pública de su nación (política, cultura, educación, etc.), fue una de las cabezas descollantes de la segunda generación de escritores costarricenses, y una de las figuras precipuas de la intelectualidad centroamericana durante la primera mitad del siglo XX.
Actividad política
En su faceta de hombre público, mostró desde su temprana juventud una entusiasta pasión por la libertad y la justicia civil, lo que le impulsó a tomar parte activa en todas las polémicas políticas e ideológicas de su época; sin embargo, la independencia de que hizo gala tanto en su actitud vital como en su producción impresa le impidió militar en cualquier formación política concreta o someterse a las directrices de una ortodoxia partidista (distanciamiento que no le libró de verse acosado y represaliado por sus enemigos ideológicos en numerosas ocasiones). En los primeros años del siglo XX, en plena efervescencia juvenil, García Monge comenzó a significarse en los círculos políticos y culturales de su nación por sus ideas ácratas, que quedaron bien plasmadas en la línea editorial de una revista fundada por él en colaboración con su cuñado, el gran poeta, ensayista y filósofo Roberto Brenes Mesén (1874-1947). La virulencia anarquista y anticlerical de esta animosa publicación provocó que su andadura fuera tan voluntariosa como efímera, pero sirvió también para incluir al joven García Monge en los círculos radicales y libertarios que comenzaban a florecer entre los artistas e intelectuales de su generación.
En 1912, en colaboración con Carmen Lyra y otros jóvenes pedagogos que compartían idéntico entusiasmo libertario, Joaquín García Monge intervino en la fundación del Centro de Estudios Sociales Germinal, una organización de carácter político-cultural cuyo objetivo básico pasaba por difundir entre la clase obrera de los grandes núcleos urbanos la literatura concebida bajo presupuestos ideológicos marxistas. Desde este animoso colectivo, el humanista de Desamparados contribuyó a una importante labor de propaganda política progresista basada en la convocatoria de cursos y conferencias, así como en el establecimiento de aulas y bibliotecas populares; fruto de estos afanes pedagógicos fue la fundación en Costa Rica, merced al impulso imprimido desde el Centro de Estudios Sociales, de la Confederación General de Trabajadores (1913), así como la convocatoria, por vez primera en la historia del país centroamericano, para la celebración, el día 1 de mayo de 1913, del Día de los Trabajadores. Con motivo de este evento, García Monge pronunció en el Centro de Estudios Sociales Germinal una célebre conferencia que, bajo el título de "A propósito del 1º de mayo", dejaba patente la independencia ideológica del joven pensador costarricense, quien seguía mostrando un talante abiertamente ácrata dentro de una organización de marcado sesgo socialista.
Coincidía, pese a todo, con las causas comunes de toda la izquierda centroamericana de aquel momento histórico, entre las que sobresalían la defensa a ultranza de una identidad supranacional americanista y, muy señaladamente, el furor antiimperialista dirigido contra la voracidad expansiva y colonizadora de los Estados Unidos de América. En varios artículos centrados en las figuras de los grandes forjadores de la identidad cultural y territorial hispanoamericana (como Simón Bolívar, José Martí o José Enrique Rodó), Joaquín García Monge se significó como uno de los intelectuales de Costa Rica más firmemente comprometidos con esta línea ideológica antiimperialista, que quedó del todo consolidada en otra famosa alocución suya, titulada "Ante el Monumento Nacional" y pronunciada en 1921.
En su incesante actividad política, el humanista de Desamparados prestó también su valiosa colaboración en la fundación, en 1929, del llamado Bloque de Obreros y Campesinos, organización embrionaria del inminente Partido Comunista de Costa Rica (1931). Ilusionado, por aquellos primeros años de la década de los años treinta, con la defensa de la clase proletaria, su proverbial independencia le impidió formalizar su ingreso en la citada formación comunista, aunque no por ello dejó de significarse por una infatigable labor política que le condujo, entre otras muchas acciones, a defender públicamente la causa de Sandino en Nicaragua, la de los partidos republicanos en España, y la de las víctimas del nazismo y el fascismo en toda Europa.
A mediados de los años cuarenta, el triunfo en las elecciones costarricenses de las formaciones políticas filocomunistas (con el Partido Republicano Nacional y Vanguardia Popular a la cabeza) recabó la adhesión inmediata de Joaquín García Monge, quien pocos años después habría de verse hostigado por quienes le pasaban factura por este apoyo directo a la izquierda gubernamental. En efecto, la victoria en 1948 de la coalición conservadora liderada por el candidato Otilio Ulate Blanco fue anulada en el Congreso por el Partido Republicano Nacional y la Vanguardia Popular, que gozaban de representación mayoritaria en dicha cámara; ello dio lugar a una grave crisis política que pronto degeneró en una guerra civil entre las fuerzas progresistas y reaccionarias de la nación, conflicto del que salió triunfador -con el siempre peligroso apoyo de la política exterior estadounidense- José Figueres Ferrer, quien dictó salomónicamente diferentes medidas radicales para contentar a los dos bandos enfrentados (así, v. gr., por un lado disolvió el ejército y nacionalizó la banca, mientras que por otra parte declaró ilegal al Partido Comunista). Como era de esperar, García Monge fue uno de los grandes perjudicados por la persecución levantada contra los recientes valedores del comunismo en Costa Rica, y a partir de entonces su trayectoria política experimentó un progresivo declive que se acentuó aún más en 1953, cuando la formación política en cuyas filas se había inscrito -tras una dilatada andadura como independiente- el humanista de Desamparados para presentarse como candidato a diputado fue también declarada ilegal. Así las cosas, en este enrarecido ámbito de la política no recobró el prestigio que le debían sus conciudadanos hasta 1958, cuando, pocos meses antes de su muerte, fue por fin objeto del reconocimiento oficial y honrado con el título de "Benemérito de la Patria".
Actividad pedagógica
Movido por una firme vocación docente y una sincera preocupación por el estado de la educación en su país natal, el joven Joaquín García Monge orientó sus primeros pasos profesionales (como muchos de los escritores de su generación) por el sendero de la enseñanza, al que habría de dedicar buena parte de su vida laboral. Aún no había cumplido los veinte años de edad cuando, en 1900, comenzó a impartir clases en calidad de maestro de escuela en San José, para significarse muy pronto como una de las jóvenes promesas de la pedagogía en Costa Rica. Tanto fue así, que en 1901 recibió una beca del gobierno de su nación que le permitía trasladarse a Santiago de Chile y graduarse allí en el prestigioso Instituto Pedagógico de Santiago, donde asimiló no sólo las técnicas más avanzadas de la pedagogía de su tiempo, sino también algunas de las ideas libertarias y progresistas que habrían de conformar pronto su decisiva entrega en pro de la justicia civil, la libertad y la defensa de la verdad.
Tras permanecer durante tres años en la capital chilena (donde dejó una acreditada fama de exaltado anarquista), García Monge regresó a su país natal y comenzó a impartir clases de lengua y literatura españolas en el Liceo de Costa Rica, aunque apenas permaneció en este puesto docente por espacio de seis meses, pues el gobierno creyó oportuno destituirlo por considerar que sus enseñanzas eran subversivas. Rehabilitado al año siguiente, volvió a la docencia para incorporarse como maestro al Liceo de Señoritas, de donde, ya consagrado como uno de los más brillantes pedagogos del país, pasó a dirigir la Escuela Normal; pero en 1918 fue también destituido de este cargo por gobierno del dictador Federico Tinoco Granadón, cuyo autoritarismo era incapaz de aceptar las propuestas progresistas de García Monge y el resto de los intelectuales de su generación. El resto de su vida profesional continuó sujeta a estos caprichosos vaivenes impresos en la vida pública costarricense a tenor de la orientación política del gobierno de turno; así, en 1920 el intelectual de Desamparados fue elevado al honroso cargo de Ministro de Educación, en el que apenas se mantuvo durante unos meses; y luego pasó a ocupar la dirección de la Biblioteca Nacional, al frente de la cual logró permanecer durante trece años, hasta que, en 1936, fue destituido por el gobierno fascista de León Cortés Castro.
Actividad editorial
La labor editorial de Joaquín García Monge iguala, en importancia, los éxitos y el renombre alcanzados por el humanista de Desamparados como político, pedagogo y escritor. Tan pronto como regresó de su período de aprendizaje en Santiago de Chile, fundó en la capital de su país la ya mencionada revista de ideario ácrata Vida y Verdad, empresa en la que contó con la colaboración entusiasta de su cuñado Brenes Mesén. A pesar de la fugaz trayectoria de esta publicación, García Monge logró con ella hacerse un hueco dentro del panorama editorial de su país, al que comenzó a revolucionar a partir de 1906 con el lanzamiento de la colección "Ariel", cuyo mero título indica ya una orientación ideológica muy próxima al pensamiento del uruguayo universal José Enrique Rodó. Por espacio de diez años (1906-1916), la colección "Ariel" puso en el mercado diez tomos constituidos por más de ciento cuarenta y seis cuadernos, ingente esfuerzo editorial que se vio complementado con el lanzamiento de una nueva colección por parte de Joaquín García Monge, presentada bajo el título de "El Convivio". Entre 1916 y 1925, esta segunda serie alcanzó los cuarenta y nueve títulos, recopilados en siete tomos.
Infatigable en esta actividad editorial, entre 1917 y 1921 García Monge dio a la imprenta una colección de obras de autores centroamericanos (en la que estaban incluidos algunos escritores de su Costa Rica natal); y en 1917 fundó una nueva revista, La Obra, a la que pronto siguió la que habría de ser su creación maestra dentro de este campo de trabajo, la célebre publicación Repertorio Americano, fundada en septiembre de 1919. A partir de entonces y hasta el término de sus días, el laborioso humanista se consagró a esta encomiable empresa editorial, que ya en sus primeros años de andadura (entre 1921 y 1923) le permitió lanzar siete tomos bajo el sello de "Ediciones del Repertorio Americano". Tan surtido y ameno fue el alcance de su esfuerzo en este resbaladizo terreno ubicado en los dudosos límites que separan la actividad industrial y la aventura intelectual, que llegó a poner en circulación dos colecciones de literatura infantil, presentadas bajos los nombres de "El Convivio de los Niños" y "La Edad de Oro".
Actividad literaria
En su faceta de escritor, Joaquín García Monge fue menos prolífico que en el desempeño de las otras muchas actividades que dieron sentido a su existencia; sin embargo, en la actualidad es recordado principalmente por su obra de creación literaria, que, a pesar de su exigua extensión, le sitúa entre las voces cimeras de la narrativa centroamericana contemporánea, al tiempo que le convierte en uno de los fundadores de la novela costarriqueña. Parca como pocas, y reducida a su época de juventud (pues no publicó ninguna obra de ficción más allá de 1917), su producción literaria comprende únicamente tres novelas cortas, un reducido volumen de cuentos y algunas narraciones breves dispersas por diferentes rotativos y revistas; a estas obras hay que añadir -como escritos de naturaleza literaria por lo que puedan tener de ensayísticos- los textos de esos dos discursos célebres citados en parágrafos anteriores, así como una serie de artículos menores desperdigados por las publicaciones periódicas que editó o en las que colaboró García Monge a lo largo de toda su vida. En cualquier caso, se trata de un corpus literario ciertamente exiguo, pero lo bastante profundo como para calar hondo en el panorama cultural costarricense de su tiempo y, lo que es más importante, oponer nuevos enfoques estéticos e ideológicos a los autores consagrados de la generación anterior.
En efecto, hasta la irrupción de Joaquín García Monge y sus compañeros de aventura literaria había dominado en la escena libresca costarricense la que puede ser considerada como la primera generación autóctona de escritores de la nación, constituida por algunos autores tan señalados como el poeta Aquileo J. Echeverría, el narrador costumbrista Manuel González Zeledón, y, entre otros nombres señeros, José María Alfaro Cooper, Carlos Gagini, Ricardo Fernández Guardia y Jenaro Cardona. Estos autores, crecidos durante el período de consolidación de la identidad nacional (es decir, bajo el dominio de las oligarquías cafetaleras, la irrupción del capitalismo agrario y la efervescencia del positivismo filosófico), contribuyeron con sus acuerdos y discusiones a sentar las bases de lo que después sería estudiado como los primeros vagidos de la literatura estrictamente costarriqueña (o, dicho de otro modo, de una producción creativa que, en constante búsqueda de unas señas propias que pusiesen de manifiesto su especificidad, contribuía desde el plano de la creación a forjar esa identidad nacional que se estaba consolidando por aquellos años).
Pero el estallido de las primeras crisis que convulsionaron los cimientos del oligarquismo (crisis que afectaron tanto a la economía como a la política y, desde luego, a esa ideología positivista sobre la que, en constante lucha con los privilegios heredados de la tradición, pretendía asentarse ahora una clase terrateniente supuestamente remozada) alertó a los jóvenes escritores contra las excelencias de ese liberalismo glosado por la generación anterior, y, en consecuencia, contra la supuesta consolidación de un Estado nacional que había anclado sus cimientos en los no demasiado evidentes logros traídos por el progreso y la modernidad. En este clima ideológico, salpicado por algunos hitos políticos y económicos de gran repercusión en todas las capas sociales del país (como las fluctuaciones extremas del precio del café, el surgimiento del emporio de las multinacionales frutícolas, la implantación de una emergente conciencia social, el nacimiento de los nuevos movimientos proletarios y la subsiguiente reacción de las clases privilegiadas que se veían amenazadas por ellos), creció una nueva generación de escritores que, como Joaquín García Monge, se alejó de los dos polos explotados por sus mayores en la búsqueda de la identidad nacional: el liberalismo capitalista que introducía una serie de innovaciones mal asimiladas por la población autóctona, y el costumbrismo tradicionalista que, so capa de abanderar las esencias de los pobladores del territorio, no era sino un instrumento en manos de la oligarquía para mantener la represión y conservar sus privilegios seculares. Huyendo con idéntica prevención de ambas posturas extremas, los escritores costarricenses de la segunda promoción buscaron nuevos modelos de conducta política y social en otras propuestas ideológicas radicales, como el movimiento ácrata, el cristianismo de sesgo tolstoiano, las emergentes movilizaciones del socialismo obrero y el espíritu arielista difundido por la obra de Rodó, en el que tenían cabida todas las andanadas dirigidas contra la expansión imperialista norteamericana.
En este contexto histórico hay que situar la aparición de los primeros relatos de Joaquín García Monge, difundidos entre las páginas de periódicos y revistas hacia 1898, es decir, cuando el joven escritor de Desamparados sólo contaba diecisiete años de edad. Se trata de una serie de cuentos de corte costumbrista que todavía no anuncian esa ruptura radical de los autores de su edad respecto al legado de sus mayores, aunque ya dejan entrever esa preocupación de García Monge por ofrecer una reelaboración crítica de los modelos formales y temáticos que habían puesto en boga los escritores de la generación fundadora de la literatura nacional costarriqueña.
Pero su gran revelación como narrador tuvo lugar en 1900, cuando, antes de haber cumplido la veintena, dio a la imprenta dos novelas que hoy ocupan un lugar de honor entre las piedras sillares de la moderna narrativa centroamericana. En la primera de ellas, titulada El Moto (San José: Imprenta Greñas, 1900), Joaquín García Monge también exhibía ese espíritu didáctico y reformista que caracterizaba la mayor parte de los textos de la generación precedente; pero ahora, la aparición de los mitos culturales, los valores morales y, en definitiva, de ese legado de la tradición que había surtido de temas y argumentos a la promoción anterior, se enfocaba desde una dura perspectiva paródica que buscaba, por encima de todo, la desmitificación de esos valores estéticos y espirituales que sustentaban todos los privilegios de la oligarquía.
Idéntico enfoque gobierna su segunda entrega narrativa, publicada bajo el título deHijas del campo (San José: Imprenta Greñas, 1900), en la que la incipiente preocupación social del autor de Desamparados se hace evidente en el enfrentamiento entre la masa campesina y los grandes terratenientes. Construida bajo la influencia palmaria del naturalismo de Zola, esta espléndida narración breve de García Monge es un canto dolorido y amargo a la degradación del ser humano tanto en el ámbito agrario como en las grandes urbes que surgen a medida que va cobrando auge el liberalismo capitalista; un agrio lamento ante un imparable proceso de deshumanización en el que las clases menos favorecidas parecen condenadas, desde su estado de marginación inicial, a perecer en las más diversas modalidades de la corrupción (delincuencia, prostitución, etc.). Hijas del campo supuso, en definitiva, un sonoro aldabonazo contra ese idealismo costumbrista de los escritores de la generación precedente, que intentaban reflejar sobre el papel un mundo ancestral e inamovible en el que la fingida armonía parecía impedir cualquier asomo de conflicto social.
La tercera novela de Joaquín García Monge, publicada al cabo de dos años bajo el título de Abnegación (San José: Padrón y Pujol, 1902), renuncia en parte a extenderse sobre ese alcance de los conflictos sociales para ahondar, en cambio, en la moral individual de los protagonistas. Tras la aparición de esta obra, el escritor de Desamparados se sumió en sus actividades pedagógicas, editoriales y políticas y mantuvo un silencio creativo que se prolongó por espacio de tres lustros; finalmente, dio a la imprenta La mala sombra y otros sucesos (San José: Alsina, 1917), una espléndida colección de quince relatos breves (o, como dice el título de la obra, pequeños "sucesos") por medio de los cuales García Monge se alejaba de todas sus propuestas estéticas anteriores para ir de lleno al interior de cada personaje, después de haber partido de la anécdota que protagoniza. Aquí, el suceso que permite el arranque de ese proceso introspectivo da cabida a cuantas voces marginales quieren clamar, desde los textos de García Monge, por esa justicia social que constituyó el eje en torno al cual giró siempre no sólo la obra, sino la propia peripecia vital de su animoso autor.
Bibliografía
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